Editorial de la Edición  92

- Oscar Cano / Entrenador Nacional Nivel III R.F.E.F

El balón de Ego.

A escasos días de la entrega del codiciado balón de oro, se incrementa la desastrosa campaña a favor o en contra de los grandes candidatos. Los diferentes medios de comunicación se prestan a tal fin porque, como es sabido, la discrepancia se ha convertido en un elemento importante a consumir.

Personalmente, considero que este galardón no tiene razón de ser en un deporte colectivo. Se quejaban los directivos, técnicos, jugadores y simpatizantes, de que el Atlético de Madrid salió malparado en la Gala de Premios de la L.F.P. Bajo mi modesto punto de vista, creo que la ausencia de figurillas individuales no hizo sino multiplicar la sensación de equipo que transmitió el club durante la competición que ganó.

El mejor premio pues, fue precisamente no recibir ninguno. El circo generado alrededor del balón de oro maximiza el egocentrismo, posa la atención sobre ese mercantilismo que peligrosamente invade este maravilloso juego.

Que Messi y Cristiano Ronaldo sean dos futbolistas colosales huelga expresarlo, pero quizás entre todos deberíamos propagar que existe otra realidad que expresa mucho mejor todo lo que acontece en torno a estos dos goleadores. El “modelo Barça” ha encumbrado las habilidades del argentino, que precisamente es mejor cuanto mejor construidas están las jugadas. Para ello, la salida de la pelota aseada desde el fondo, y la gestión de la misma por parte de centrocampistas excepcionales, resultan fundamentales.

Cristiano necesita espacios, aclarados, contextos donde se pueda transitar vertiginosamente o, en su defecto, pasadores que posibiliten que sus recursos como rematador se exhiban. Deberían entregar el balón de oro a aquellos equipos que mejor lo utilizan, a quienes tratan de acentuar el carácter social del fútbol, mientras que la distinción individual debería constar de una estatuilla con el perfil tallado del egoísta del año.

Estamos invitando a los más pequeños a desear todo cuanto no se puede compartir, a competir no sólo contra los adversarios, sino ante los propios compañeros. Este tipo de laureles atentan contra los valores esenciales del deporte.