Editorial de la Edición  22

- Jesús Suarez Lourido / Licenciado en Periodismo y Ciencias de la Información. Máster en Comunicación Empresarial. Corresponsal en España de la Revista WORLD SOCCER DIGEST (Japón). Entrenador de Fútbol Nivel II (RFEF).

Lágrimas

“DIOS, ESTO ME ESTA MATANDO”. ...Roger Federer.

Hace exactamente un año escribía mi primera editorial para esta web.
El titulo no fue otro que Federer y Ronaldinho tienen un YO.

Por estas casualidades que tiene la vida y que los más sabios llaman destino, un año después, de ambos, Ronaldinho y Federer tenemos noticias.
En esta ocasión prometo ser breve en esta editorial.
Las noticias que nos llegan de Ronaldinho son, en el fondo, tristes. Ronaldinho pisó Milan en olor de multitud. Brilló ante las cámaras y los focos más que sobre la verde hierba del terreno de juego. Metió un gol al Inter en complicidad con ese gran jugador que es Kaká. Luego desapareció como el Guadiana en las Lagunas de Ruidera. Marcó algún penalty y creo recordar que un gol de falta. Todo inútil. O eso parece. Ronaldinho sigue siendo el mismo que se fue del Barça. Un ex-fubolista. Mejor dicho, y perdón por la soberbia, el mejor ex-futbolista que hay en el mundo.

Por entonces, hace un año escribí este fragmento que transcribo literalmente: “En el pasado enero el Master de Australia marcó un punto de inflexión de los tres-cuatro últimos años. Esa inflexión no fue otra que la victoria del serbio Djokovic en la pista que lleva el nombre de un jugador-persona inolvidable: Rod Laver.

Inaudito, sorprendente, inesperado, increíble. No es que Federer el número uno mundial perdiese una final -en la que no estaba Nadal-, no. Lo nunca visto es que no se clasificó para la final. Cayó en semifinales.

“La culpa es mía", reflexionó el número uno suizo, que ya no podrá ganar en 2008 el Golden Slam, los cuatro grandes y el oro olímpico. "He creado –dijo-un monstruo. Tengo que ganar cada torneo. Pierdo un set y la gente dice que estoy jugando mal", continuó tras presentarse ante la prensa sin ducharse. (Primero atendió a los periodistas, todo un detalle por su parte).

Un año después y en el mismo torneo de Australia la final entre Federer y Nadal, no solo será recordada por la victoria del español sino por las lágrimas de Federer y la no menos humana y grandiosa reacción del de Manacor acogiéndolo. Como un rival amigo. Como el reconocimiento de que si grande es Nadal lo es porque se ha subido al pedestal del no menos grande de Roger Federer.

Eso es lo que necesitan los campeones, grandes rivales para poder ser ellos mismos un poco más grandes. Federer y Nadal se necesitan.
Quiero decir que solo se es un gran campeón cuando se vence a un gran campeón.

En ese sentido ambos los son. Y a partir de ahora, gane quien gane, -particularmente creo que Federer comprendió en Melbourne que tiene en Nadal un muro insalvable, ya para siempre- comprendió que no era su juego exactamente el que fallaba sino su cabeza. Su fuerza mental. Y la mejor prueba de lo que cuento se refleja en la frase del titular:
“Dios, esto me esta matando”.

Prometí ser breve y lo cumpliré. Se imaginan que se dice a si mismo Ronaldinho cuando pierde, o no juega porque lo sienta Ancelotti en el banquillo.
Se lo imaginan, pregunto. Pues hagan ese esfuerzo de imaginación y no dejen solo a Ronaldinho. Apliquenselo a cientos de futbolistas más de la elite.

He visto llorar a Ronaldinho tras una derrota. Fue en Yokohama ante el Internacionale de Porto Alegre. La recuerdan. Aquel fue el principio del fin del Barça de la era del brasilero. Volvió más tarde de lo previsto de las vacaciones de navidad. Hacia más sesiones de gimnasio –o eso decían- que sesiones de entrenamiento en el campo. El Barça desde aquella derrota no ha vuelto a ganar un titulo. Pero esto no es lo relevante.

Lo relevante es que los futbolistas no tienen lágrimas que, como las de Federer, nos contagie de esa empatía que sentimos por los grandes campeones del tenis, aunque estos pierdan una final.
Ahora, tras utilizar cada uno nuestra imaginación, piensen si los futbolistas se merecen lo mismo que sentimos cuando vemos a Federer llorando y a Nadal, consolándolo. Piénsenlo.