Caer en el pozo.

Por Álex Couto. Entrenador UEFA PRO

  27/11/2019

Caer en el pozo

Todos conocemos y hemos tenido experiencias en equipos que con grandes expectativas se han caído al fondo de la clasificación y no han generado los rendimientos esperados. Todos hemos vivenciado momentos de caos a lo largo de la competición y todos hemos vivido con impotencia esos partidos en los que de repente todo se rompe y nada sale como se esperaba, es más, todo sale al revés de lo estimado, teniendo que soportar, por momentos, castigos dolorosos.

Caer en el pozo puede venir derivado de muchas consecuencias. Hablamos de una cebolla de muchas capas que van desde lo institucional a lo personal, del concepto de equipo al concepto de individualidad e individuo.

Generalmente cuando un equipo no rinde en base a lo esperado, apelamos a la falta de calidad.

Pero, ¿qué es calidad? A nivel individual calidad será la capacidad de resolver problemas futbolísticos por encima de las expectativas, con respuesta que generan valor añadido superior al necesario en cada acción y contexto. Pero, ¿qué ocurre cuando tenemos jugadores de calidad y el equipo no funciona? Entramos en una dimensión más amplia. La ausencia de respuestas productivas en contraste con las demandas del rival en el juego, en un momento dado puede derivar de una incapacidad para desarrollar rendimiento por causas ajenas a la técnica, la acción, la herramienta que nos permite gestionar el juego a nivel individual y colectivo. Entramos en el terreno cognitivo, la toma de decisiones puede incidir en lo posteriormente ejecutado por una mala elección de posibilidades. Pero, volvemos a destapar otra capa de nuestra cebolla, ¿qué factores provocan que las decisiones inadecuadas prevalezcan en el conjunto general de nuestro rendimiento colectivo? Lo que interpretamos está aderezado, condicionado por las emociones que sentimos al interpretar. Un equipo que no rinde es un equipo que se ve influenciado por los impactos de las consecuencias de sus actos y decisiones en competición. Generalmente nos encontramos con equipos a los que les afecta menos lo que suman por sus aciertos que lo que restan por sus errores. Un ejemplo claro es ese equipo que va ganando dos a cero y de repente recibe un gol que lo limita y lo lleva, en el resto del partido, a jugar en estados de ánimos incómodos que, percibimos claramente, lo pueden dirigir hacia la derrota. ¿Qué factores inciden en esta clase de situaciones? Obviamente, factores contextuales. La expectativa de una derrota pesa más que las consecuencias de una victoria. Ello viene derivado del ambiente competitivo y de interrelación en el que este equipo y los jugadores que lo componen, juega. Entra la emoción del miedo a perder, la emoción de la falta de confianza en uno mismo, la falta de confianza colectiva derivada de vivencias anteriores y de las consecuencias de derrotas anteriores.

Un equipo que pierde no es un equipo perdedor, es un equipo con problemas que no se han resuelto a tiempo. Estos problemas pueden ser de diversa índole: de selección de jugadores, de falta de empatía de un porcentaje elevado de los mismos con los intereses colectivos, de falta de capacitación competitiva en función de la exigencia de la competición, de falta de liderazgo institucional, falta de liderazgo en la gestión y dirección de grupo, falta de carácter y personalidad individual en las interacciones e interrelaciones grupales, etc. Mil y un motivos específicos que se deberán estudiar para cada caso particular.

La gran pregunta, ¿qué hacer? Este es el quid de la cuestión. Cómo abordar el problema. Sabemos que cada equipo es único porque los miembros que lo componen son únicos y las interrelaciones derivadas son exclusivas para ese grupo en ese contexto de convivencia. Por lo tanto, las respuestas a los problemas son igualmente únicas, no hay un patrón general. Pero hay líneas de actuación que ayudan. La primera, desde el corazón de la cebolla, dentro de todas las capas que van ocultando la gravedad de los diferentes problemas derivados, está la actuación individual, el jugador ha de liderarse a sí mismo y en ese ámbito, afrontar la realidad tratando de minimizar los impactos negativos que le produce la competición en sí mismo. A partir de ahí, las interrelaciones con los compañeros cercanos en la convivencia y aquellos con los que comparte misiones estratégicas han de crecer en la confianza de la ejecución adecuada de cada tarea, focalizar la atención en la tarea para incrementar los niveles de concentración básicos en el entreno y después en el partido. Todo ello necesita de la gestión adecuada de personas, el entrenador y su staff han de lograr aislar al grupo de todo aquello que genere toxicidad y si es el propio técnico o sus ayudantes quienes la provocan, requiere de un ejercicio de honestidad colectiva al enfrentar el problema “mirándose a los ojitos”. A partir de ahí, el rendimiento operativo y funcional ha de manifestarse en la obligatoriedad individual de generar valor añadido en el colectivo. El contexto de interacciones futbolísticas ofensivas y defensivas ha de provocar la comodidad en la ejecución y la decisión previa. La faceta cognitiva, la interpretación del juego, debe ir encaminada al acierto y si ello implica hacer de la sencillez arte, pues adelante. El aspecto estructural pasa por las manos del entrenador, elegir bien quienes serán los responsables de defender la insignia del equipo y establecer claramente los patrones futbolísticos de primer orden.

Si el problema fue de selección, la toma de decisiones para iniciar la resolución de problemas para por otra dimensión más comprometida, la dirección deportiva y la dirección del club. Saber elegir es el primer paso para poder competir y aquí las responsabilidades están enmarcadas en los perfiles humanos que queremos hacer encajar para derivar en un buen equipo. Si los elegidos no manifiestan los principios básicos por los que el club debe ser defendido, malamente se podrá avanzar posteriormente. Es aquí donde los nuevos tiempos deben asumir las nuevas decisiones, el director deportivo como máximo responsable debe saber entender las necesidades y requerimientos del staff y debe saber imponer a la secretaría técnica los registros a dominar a la hora de seleccionar los perfiles de los jugadores, considerando todas sus estructuras, no solo la futbolística. (A pesar de las potenciales restricciones económicas que pudiesen afectar al club).

Caer en el pozo tiene cura, a veces con tratamiento, a veces extirpando el mal de raíz. Pero ninguna solución es válida si no pasa por un proceso previo de análisis, estudio y compromiso con la búsqueda de la solución.

“Los buenos equipos acaban por ser grandes equipos cuando integrantes confían unos en otros, al punto de renunciar al yo por el nosotros”. (Phil Jackson).

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